A ver si despierto
maquinaria burocrática en la que me encuentro inmerso consume más de un tercio de mi día, y eso saca un poco las ganas de pensar, no porque se piense mucho en la labor, sino porque acostumbrados a no pensar, y repetir una y otra vez los mismo movimientos y acciones, parecería que nos lleva a prescindir del pensamiento.
Se cumplen ordenes, criterios de actuación, modismo, formalismo, y nada se resuelve. Es un sin fin de números que vienen y van, sin rostros, sin nombres, sólo números a montones.
Una burocracia pensada para la delincuencia en masa, prescinde de lo artesanal, aunque la burocracia judicial parecería siempre adecuarse a modelos y olvidarse de que cada caso es algo particular. El tiempo es escaso, los recursos también, y los hechos dependen de las ganas de aumentar las estadísticas por parte de las agencias de selección secundaria.
El control a las agencias de prevención llega tarde, una vez que ya tuvo intervención el poder de policía, coaccionando, estigmatizando, actuando en nombre del orden establecido, en resguardo de la ley y la sociedad. Amparados en simples comunicaciones informales, cumpliendo ritualismos arcaicos, dan por iniciado un laberinto sin fin de encuadres en normas jurídicas.
Por supuesto, lo que más se ataca son las cosas molestas a la vista, principalmente, los trabajos informales o indebidos, criminalizando conductas que tienden a la subsistencia de las personas, esto, en un sistema social que resguarda las inequidades, utilizando el supuesto ius puniendi del Estado para proteger las prerrogativas adquiridas por la herencia patrimonial, y sometiendo a los desapoderados entre su entramado normativo. Normas que no amparan a los más débiles, sino que les recuerdan de donde vienen y a donde van.
No, no puedo, sigo sin pensar... esta maquinaria me va a descerebrar.
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